13 de Febrero de 2018

REUNIÓN NACIONAL DE CULTURA

INSTITUTO SUDCALIFORNIANO DE CULTURA

 

 

Tablet. ¿Una nueva educación sentimental?

 

Domesticar el alma en un papel, encerrar el espíritu en una textura que al tocarla nos toca es una terapia para reconciliarnos con nuestro cuerpo. Recordar que más allá de nuestras islas intelectuales está el animal simbólico acariciado por la rosa y el cuchillo del lenguaje. Tocar una fibra nos remonta a la aproximación de la piel, al contacto humano, la conversación con el aquí inmediato que late, sueña y agoniza (en) (donde) y (cómo) nosotros. La generación postpapel son jóvenes que jamás buscarán el nombre de la rosa en la textura de sus pétalos o el hallazgo y riesgo feliz de la espina sino en su aroma mentiroso, en el color artificial del plástico.

Recuerdo, si se me permite, que de niño leía poemas de amor a escondidas pasando las páginas con el terror pánico con el que se acaricia a esa primera novia largamente ambicionada por las noches. Leer bajo la lámpara era como meter la mano por debajo de la mesa buscando una rodilla. Ese tacto que nos salva como un ancla, que nos sostiene en el mundo.

Quien no se corte la yema de un dedo con el filo de un verso no supo nunca que el tigre de Willam Blake tiene colmillos más ciertos que los de uno mismo. Cuando veo a mis hijos frente a una Tablet me pregunto si Bill Gates supo emular correctamente la temperatura de la sangre en las manos de Antígona.

Toco la pantalla, y hay calor pero no quema. Sin embargo en la edición de papel que hay en casa encontré las huellas del sudor de un niño sorprendido por el valor artístico de la violencia moral y legítima de la autodeterminación de una mujer auténtica. Quien no lloró sobre hojas poco sabe de sí mismo y ha vivido reducido, pobre, corto.

Llorar sobre una Tablet está prohibido: se descompone. Sin embargo ¿aguantar la emoción no nos descompone a nosotros mismos?

Cuánto vale la mejor tableta con la edición más cara descargable del poema de Sabines por la muerte de su padre y cuánto vale o valdría el manuscrito corrido en tintas por el peso de las lágrimas amargas del poeta.

El mejor autógrafo en un libro es obtener el objeto con las huellas de otro hombre en busca de sentido; de una nueva sentimentalidad o de una pregunta diferente ante las respuestas de lo mismo.

¿Cómo es un autógrafo en una Tablet?

Para los que no me conocen soy escritor y … ¿saben cómo es mi autógrafo? Es una huella dental: una mordida. ¿Se imaginan mi boca en la orilla de su Tablet? Chance y si se esta cargando acabo electrocutado.

Estimados amigos: no intento denostar a mi tiempo: yo leo libros digitales pero no por tener whats APP dejaré de sembrarle a mi esposa en la piel los enigmas de la noche interminable. Aprendamos a vivir en cada cosa, a detenernos y demorarnos; a tocar y no sólo a palpar porque eso es como ver sin mirar. Larga vida al papel, al texto como tejido social, celular, sexual, sensorial, animal… humano, en suma. La Tablet es un objeto, una pantalla plana; el libro en papel es una selva. Sólo conoce la rosa quien también tocó la espina.
Digital, del latín “digitalisis” significa “relativo al dedo”. La encrucijada es clara… Señalar o tocar; leer o leemos piel adentro.


PROPUESTA PARA RECONCILIAR AL LIBRO FÍSICO CON EL DIGITAL

Incorporar y dar de alta en la biblioteca central de cada uno de nuestros estados, una colección de piezas únicas: libros que guarden las huellas de los desvelos y las cicatrices lectoras de nuestros escritores locales tales como escolios y apuntes al margen, notas o pies que detonaron, en su momento, obras significativas para el patrimonio intangible de los mexicanos: homenaje al “yo y mis circunstancias formativas de nuestras plumas emblemáticas”.

Abrazado a lo anterior (hermanado, complementando), pensar en una base de libros digitales de autores universales en versión cuadernos o borradores: una galería de caligrafías, de disposición espacial de las ideas o microcosmos de los procesos creativos que nos dieron una tradición: tradición literaria. No sólo una experiencia lectora sino una conversación con el cazador que se interna en el bosque de una cuartilla buscando su presa. Se trata de hacer intimidad, contacto humano, registro honesto, limpio; la literatura antes de la contaminación y burocratización o comercialización de los premios y de las editoriales… Pero sobre todo…. Antes de las “tipografías”, esas máscaras, ese maquillaje que nos oculta la personalidad auténtica de la psicología de esa o esas sensibilidades al servicio del lenguaje. Ese horrible elemento o herramienta de la modernidad que nos uniforma y nos quita el pulso, el electrocardiograma de la emoción estética única e irrepetible.

Pongámonos de acuerdo en ponerle título. Ya existen acercamientos a ello, pero sin este sentido urgente de devolverle al ser humano lo demasiado humano (“lo que nos avergüenza”: se dice, por ejemplo, que tal escritor tiene letra de niño y, no es, lamentablemente, un halago, en este mundo de vanidades). Algo incomprensible que nos cancela la posibilidad de conocernos.

Por etiquetar nadie investiga y nunca sabremos que ese escritor sufrió un derrame en los dedos por una práctica inadecuada de la práctica musical temprana en el piano, lo que impidió tomar el lápiz con propiedad los primeros años de la escuela ocasionando un bache que se revela en los malabares torpes de su escritura en el papel.

Hace algunos años ya el Fondo Editorial Tierra Adentro publicó el ensayo “Leyendo Agujeros”, de Luis Felipe Fabre. La tesis central era rellenar los vacíos de las palabras ilegibles en los manuscritos de los protagonistas de ciertos discursos literarios. Lástima que con ese ensayo, o posterior a él, murió en nuestro país esa preocupación ética que en su momento fue visto como una manera otra de la poesía o, dicho distinto: “un hermosísimo ejercicio de la inutilidad práctica”. Pero no era ocio creativo, era terror de no saber o ser chupado por el magnetismo de esos hoyos negros en la piel del jaguar de Borges, a quien cito en su Aleph: “La luz entra en la bóveda; en ese instante puedo ver el jaguar. He perdido la cifra de los años que yazgo en la tiniebla.” Y se trata de eso, de sacar por un momento la mirada de la enajenación digital para dar un recorrido en los jardines de la personalidad literaria plural: leer laboratorios creativos o escriturales en vez de piezas perfectas y finales como es el caso de las ediciones maquilladas, ¡perdón!; maquiladas bajo las alas de correctores de estilo o infinidad de talleres.
En pocas palabras: El hombre como libro en vez del libro como hombre. Propongo llamarlo: Colección o Sala del “escritor sin libro” porque basta ya de privilegiar el producto final, promovamos entre los niños el viaje, el naufragio del hombre que tiene por únicos remos el ARCO y la LIRA.


12 de febrero de 2018, Tlaxcala, México


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